Cuentan que un hombre sufría en silencio, pues se sentía muy condicionado por los demás tanto por sus halagos y alabanzas como por sus críticas o rechazo. Resuelto a afrontar la situación, decidió visitar a un anciano con fama de sabio.
Este, oída la situación, le dijo:
-Sin formular preguntas, harás exactamente lo que te mande. Ahora mismo irás al cementerio y dedicarás varias horas a halagar y verter alabanzas a los muertos. Después vuelve.
El hombre obedeció y se encaminó al cementerio, donde llevo a cabo lo ordenado. Al regresar, el sabio le preguntó:
-¿Qué te han contestado los muertos?
-Nada -contestó extrañado- ¿Cómo van a responder si están muertos?
-Pues ahora regresarás nuevamente al cementerio e insultarás gravemente a los muertos durante horas -volvió a ordenar el anciano.
El hombre no comprendía nada, pero obedeció de nuevo y, después de insultar a los muertos, regresó otra vez ante el sabio, que le volvió a preguntar:
-¿Qué te han contestado los muertos ahora?
-Tampoco han contestado -respondió el hombre-. ¿Cómo podrían hacerlo si están muertos?
El viejo sabio lo miró y dijo:
-Que esos muertos sean el ejemplo en que te mires. Igual que ellos murieron, ha de morir en ti tu importancia personal. Si ella muere, no habrá quien reciba ni halagos ni insultos y entonces quedarás libre y no te sentirás ya nunca condicionado por los demás.